El estridente ruido le despertó a las 6 a.m. de aquel oscuro y lluvioso día. Se puso de pie y de inmediato un enorme trozo de concreto cayó del techo. Vociferó contra el chico del apartamento de arriba que había puesto la música a todo volumen.
Flacucho, despilfarrado, con negrísimas ojeras y pelos de chancho en la nariz, oídos y cuello, aquel hombre de apariencia miserable no podría evitar que aquel fuera el último mediodía de su vida.
De reojo y con desprecio, miró a la mujer que había dormido con él por dos décadas oficialmente y 23 de manera extraoficial.
Entró a la ducha. Resbaló al pisar un residuo de jabón y estuvo a punto de pegar su cabeza contra el filo mortal de la bañera. Maldijo entonces a su suegra que siempre dejaba el jabón en el piso.
Estaba de muy mal humor . Todo era culpa del enorme aguacero (casi diluvio) y de los truenos que estaban a punto de reventarle los tímpanos.
Salió de su casa hacia la oficina. Sin darse cuenta invadió el carril contrario con su vehículo y por poco fue embestido por un oxidado camión color rosa mientras se ajustaba la corbata mirándose en el espejo retrovisor. Descargó palabras irrepetibles contra el otro conductor, el Presidente de la República y la Ministra de Transportes.
Tarde como de costumbre, entró empapado al edificio donde laboraba, atravesó el lobby y presionó el botón del elevador. La puerta se abrió y casi da un paso al vacío, de no ser porque había notado que las llaves de la oficina quedaron en el automóvil. Increpó entonces a su secretaria.
Regresó al vehículo, flexionó sus piernas para tomar las llaves que estaban junto al pedal del freno y una bala perdida de un tiroteo al otro lado de la ciudad, silbó cerca de su oreja. -Maldito mosquito - atinó a decir.
Aunque iba a llegar más tarde pasó a tomarse un café negro en la tienda de la esquina.
Mientras cruzaba la calle de vuelta, un precioso Chevrolet del 66, con vidrios oscuros y motor de 600 caballos de fuerza estuvo a punto de arrollarlo y él ni siquiera lo notó.
Ya sentado frente a su escritorio, aquel vendedor de seguros de vida, renegó de su existencia diciendo:
- ¡Mi vida es basura! Mi mujer es horrible, vivo con mi suegra, no tengo hijos y mi secretaria no quiere acostarse conmigo...
Al instante sonó el teléfono. Contestó de mala gana como siempre. Bastaron 16 segundos para que su semblante adquiriese un blanco más blanco de la cuenta, sudara por el bigote y empezara a tener mareos.
Le siguió el dolor en el pecho y un agudo dolor en su brazo. El aire le falta. Se dio cuenta que era su último minuto de vida. Era el tercer infarto en un año. Recordó las palabras del médico: un nuevo infarto sería imposible de superar.
-Si hubiera tenido la oportunidad, habría dado mi vida para que esto no pasara- se dijo mientras soltaba el último hálito de vida.
Al día siguiente esta era la historia de portada en todos los periódicos del lugar:
Un ladrón habría entrado a la casa de un vendedor de seguros luego que él salió hacia su trabajo. Habría llegado en un oxidado camión color rosa. El chico del departamento de arriba estaba en la habitación con su esposa. El veinteañero quiso enfrentar al delincuente y se armó un tiroteo. Las balas corrieron por toda la ciudad. El chico y su esposa murieron acribillados y el delincuente escapó en el precioso Chevrolet 66 con vidrios oscuros y motor de 600 caballos de fuerza que había reconstruido luego de varios años de trabajo. Su suegra fue la única sobreviviente. El vendedor había fallecido fulminado de un ataque luego de recibir la noticia. Y por si fuera poco, la secretaria de aquel desgraciado sujeto había muerto al caer al vacío luego de abrirse la puerta del elevador de su oficina al regreso del almuerzo.
Flacucho, despilfarrado, con negrísimas ojeras y pelos de chancho en la nariz, oídos y cuello, aquel hombre de apariencia miserable no podría evitar que aquel fuera el último mediodía de su vida.
De reojo y con desprecio, miró a la mujer que había dormido con él por dos décadas oficialmente y 23 de manera extraoficial.
Entró a la ducha. Resbaló al pisar un residuo de jabón y estuvo a punto de pegar su cabeza contra el filo mortal de la bañera. Maldijo entonces a su suegra que siempre dejaba el jabón en el piso.
Estaba de muy mal humor . Todo era culpa del enorme aguacero (casi diluvio) y de los truenos que estaban a punto de reventarle los tímpanos.
Salió de su casa hacia la oficina. Sin darse cuenta invadió el carril contrario con su vehículo y por poco fue embestido por un oxidado camión color rosa mientras se ajustaba la corbata mirándose en el espejo retrovisor. Descargó palabras irrepetibles contra el otro conductor, el Presidente de la República y la Ministra de Transportes.
Tarde como de costumbre, entró empapado al edificio donde laboraba, atravesó el lobby y presionó el botón del elevador. La puerta se abrió y casi da un paso al vacío, de no ser porque había notado que las llaves de la oficina quedaron en el automóvil. Increpó entonces a su secretaria.
Regresó al vehículo, flexionó sus piernas para tomar las llaves que estaban junto al pedal del freno y una bala perdida de un tiroteo al otro lado de la ciudad, silbó cerca de su oreja. -Maldito mosquito - atinó a decir.
Aunque iba a llegar más tarde pasó a tomarse un café negro en la tienda de la esquina.
Mientras cruzaba la calle de vuelta, un precioso Chevrolet del 66, con vidrios oscuros y motor de 600 caballos de fuerza estuvo a punto de arrollarlo y él ni siquiera lo notó.
Ya sentado frente a su escritorio, aquel vendedor de seguros de vida, renegó de su existencia diciendo:
- ¡Mi vida es basura! Mi mujer es horrible, vivo con mi suegra, no tengo hijos y mi secretaria no quiere acostarse conmigo...
Al instante sonó el teléfono. Contestó de mala gana como siempre. Bastaron 16 segundos para que su semblante adquiriese un blanco más blanco de la cuenta, sudara por el bigote y empezara a tener mareos.
Le siguió el dolor en el pecho y un agudo dolor en su brazo. El aire le falta. Se dio cuenta que era su último minuto de vida. Era el tercer infarto en un año. Recordó las palabras del médico: un nuevo infarto sería imposible de superar.
-Si hubiera tenido la oportunidad, habría dado mi vida para que esto no pasara- se dijo mientras soltaba el último hálito de vida.
Al día siguiente esta era la historia de portada en todos los periódicos del lugar:
Un ladrón habría entrado a la casa de un vendedor de seguros luego que él salió hacia su trabajo. Habría llegado en un oxidado camión color rosa. El chico del departamento de arriba estaba en la habitación con su esposa. El veinteañero quiso enfrentar al delincuente y se armó un tiroteo. Las balas corrieron por toda la ciudad. El chico y su esposa murieron acribillados y el delincuente escapó en el precioso Chevrolet 66 con vidrios oscuros y motor de 600 caballos de fuerza que había reconstruido luego de varios años de trabajo. Su suegra fue la única sobreviviente. El vendedor había fallecido fulminado de un ataque luego de recibir la noticia. Y por si fuera poco, la secretaria de aquel desgraciado sujeto había muerto al caer al vacío luego de abrirse la puerta del elevador de su oficina al regreso del almuerzo.