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13 nov 2008

El país entero que me tuvo miedo

Lo tenía todo preparado. Sería la gran aventura de una vida.

Me había puesto las vacunas, algunas de ellas muy dolorosas por cierto.

Me había preparado por semanas en los saludos, gestos y vocabulario que podían considerarse deshonrosos.

Había delirado ya con el inhóspito sol de la África Negra. Imaginaba las praderas y en ellas las manadas de elefantes y leones. Aquellos luchando por sus hojas verdes y estos batallando por disfrutar del placer de la procreación.

Respiraría su aire seco y de rodillas contra la maleza escucharía atento las historias del gran dios-mono blanco. Me adentraría en la selva de N’Ko y viviría un romance con la deidad de sus bosques.

Pero algo falló en mi plan. No contaba con la humanidad.

El día antes de mi salida recibí la llamada: No eres bienvenido en el país. El Gobierno ha decido que no puedes entrar.

No lo podía creer. Yo. El simple yo infundía temor al Gran Dictador.

El funcionario internacional de contextura delgada, sonrisa amplia y cabello morocho podía causarle un gran daño a un país entero.

A pesar de toda la gestión diplomática, las cartas, las reuniones, llamadas, amenazas y súplicas no hubo fuerza humana que lograra destrozar la muralla de ideas y prejuicios que cubría a ese espléndido paraíso.

Porque a fin de cuentas, y aunque se matice de una u otra forma, todo se resume en un simple y mortal MIEDO.

¿Sería que el gran dios-mono blanco me quería lejos de allí? ¿Sería que El Gran Dictador me tenía una fiesta sorpresa para la bienvenida? ¿Acaso se alzarían los cañones, se dispararían los rifles al cielo para recibirme entre aplausos?

Gran dios-mono blanco te debo una.